Por José Luis Arredondo A.
El compositor Giacomo Puccini (1858-1924) tomó contacto por primera vez con Madama Butterfly en Londres hacia el año 1900. Como de costumbre, y siempre atento a encontrar nuevo material para sus óperas, acudió al teatro a ver una obra con ese título, escrita por el dramaturgo y empresario teatral estadounidense David Belasco. La pieza estaba basada en un relato corto de John Luther Long e inspirada en una novela llamada Madame Chrisanteme, del entonces célebre autor francés Pierre Loti, cuyo estilo más bien folletinesco, y hoy diríamos kitsch, causaba furor.
Puccini, artista sagaz, se dio cuenta al instante de las grandes posibilidades que tenía esta obra para ser musicalizada. Una vez finalizada la función, acudió a ver a Belasco y le reveló sus intenciones de convertir esta Madama Butterfly en heroína de ópera. El autor teatral aceptó, sabiendo que todo lo que Puccini ponía en música era éxito casi seguro.
¿Qué fue lo que en esta obra llamó la atención del compositor italiano? Sin duda su ambiente exótico, muy en boga, y la tremenda carga trágica de la historia: Una japonesa adolescente que por necesidad económica se hace geisha y se enamora de un oficial de la marina norteamericana mayor que ella. Este finalmente la abandona, dejándola sola con un hijo y librada a su suerte. Puccini manejaba al dedillo los códigos por donde transitaba la ópera Italiana y este drama encajaba perfecto para hacer de ella una gran creación, cuya música reflejara el patetismo de la historia y elevara a nivel de gran personaje trágico a Butterfly, tal como había hecho justo antes con Tosca.
Para ese entonces, el estilo musical-dramático de Puccini estaba más que madurado. Había transitado con bastante propiedad por el Romanticismo y había incursionado a fondo en el Verismo, de modo que con Butterfly y el siglo XX sobre la mesa no podía permitirse marcar el paso. Es así como en este trabajo es donde mejor se advierte una estética sonora que más adelante culminará con Turandot, su última ópera, y que incorpora de lleno elementos presentes en el impresionismo para tejer una partitura de gran delicadeza y riqueza conceptual. Los leit motiv al estilo Wagneriano, están claramente incorporados y todos los elementos que trabajó, en mayor o menor medida en sus óperas anteriores, confluyen en gran forma. Yo diría que, sin duda, Madama Butterfly (estrenada en Milán el 17 de febrero de 1904) es el gran último trabajo Pucciniano.
Buenas versiones de esta ópera las hay por decenas. Pero quiero referirme a una versión en particular que me parece tremendamente valiosa: la dirigida escénicamente por Robert Wilson y que se está representando, hace ya años, en diversos teatros de ópera del mundo.
Wilson proviene del mundo del teatro de “vanguardia” (en el mejor de los sentidos) y es lo que primero se advierte aquí, ya que lejos de echar mano una vez más al manido “trozo de realidad en escena” nos presenta una versión que se hace cargo, en buena parte, de muchos de los elementos que la evolución del lenguaje teatral ha incorporado a la escena contemporánea.
En las antípodas de lo hecho por un Franco Zeffirelli, Wilson despoja (y despeja) la escena de casi todo elemento corpóreo que, a su juicio, enturbia y ensucia el camino de la música desde los intérpretes hacia el publico. Esta desnudez, que nunca ha de confundirse con pobreza escénica, acentúa el que nos enfoquemos en lo primordial: la tragedia de la joven Cio Cio San.
Wilson la reviste de un aura de “ritual” de profunda teatralidad y nos conduce a través de la historia apoyando la acción con un bagaje de signos y símbolos que dan cuenta de un profundo conocimiento de los códigos actuales del arte escénico. Es un minimalísmo muy depurado, que en este caso, y dadas las características de esta ópera, funciona como un aceitado mecanismo teatral. La desnudez acentúa la soledad e indefensión de la geisha, y la economía de medios escénicos vienen bien a su delicadeza y fragilidad.
Es una excelente forma de re-crear esta pieza, una propuesta que se hace cargo de un axioma más que obvio a estas alturas: la ópera es un arte “teatral-musical de la representación”. Bob Wilson lo sabe y lo asume, pone énfasis en la estética de la luz como un personaje más y utiliza el vestuario como prolongación de esa estética, reviste las acciones físicas de los cantantes-actores de una serie de signos y símbolos corporales que dibujan su sicología al mismo nivel de importancia que sus palabras, e impregna el espectáculo de una ritualidad que debiera estar siempre presente en las artes de la representación.
Esta es una Madama Butterfly de altísimo nivel, tanto en su puesta en escena como en los aspectos musicales, en los que destaco el desempeño orquestal a cargo de Edo de Waart, quien consigue un sonido amplio, extenso y brillante, de sonoridad Wagneriana (sobretodo en los vientos), los cantantes lucen una buena y pareja homogeneidad en el desempeño y, como antes referí, el vestuario (de estilizada belleza) y la iluminación (gran creadora de atmósferas) logran dar una excelente unidad estilística a la propuesta de Wilson. Un ejemplo de lo que se “debe” hacer hoy con la ópera. No es el único camino, por cierto (en el arte nunca hay uno solo), pero sin duda es uno muy bueno.
Madama Butterfly de Giacomo Puccini
Cio Cio San : Cheryl Baker
Pinkerton : Martin Thomson
Suzuki : Catherine Keen
Sharpless : Richard Stilwell
Goro : Peter Blanchet
Netherlands Philarmonic Orquestra & Corus of de Nederlanse Opera, conduce Edo de Waart, dirección Escénica de Robert Wilson. En vivo desde el Muziektheater. Ámsterdam. 2003. Un DVD Opus Arte (2 discos).
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