lunes, 27 de junio de 2011

Orfeo, el mito y la estética




Por Diego Villavicencio Cerpa



A juzgar por el anterior texto que redacté para Un Día En La Vida me correspondería hablarles hoy acerca de Jazz con fin continuar con los análisis de aquel proceso de academización de la música electrónica, sin embargo instauraré una interrupción (me suelen molestar las interrupciones pero quizás esta sea necesaria) con el propósito de tratar otros asuntos.

Orfeo, mítico personaje griego, hijo de Apolo (el sólo mencionar a Apolo me hace pensar en la pugna entre lo Apolíneo y lo Dionisiaco, lo cual no hace más que atormentar mis elucubraciones) y Calíope. De ellos hereda dos grandes dones, el de la música y el de la poesía, los cuales le sirven para  descender al inframundo y salir con vida de él. La historia nos cuenta que su esposa Eurídice fue muerta por la mordida de una serpiente, su canto lastimero conmovió a ninfas y dioses, quienes le aconsejaron que emprendiera la travesía al inframundo con el fin de rescatar a Eurídice. Todos los peligros de su viaje los sorteó gracias a la música, con ella logró ablandar el corazón de los demonios, e incluso logró apaciguar a Hades y Perséfone, quienes le permitieron llevarse con él a su amada esposa; pero bajo una condición, él debía caminar delante de ella y no voltear a verla hasta que ambos alcanzaran el mundo exterior y Eurídice fuera bañada por los rayos del sol. Casi logró resistir, sólo debió aguantar un poco más pues volteó a ver cuando faltaba tan poco para que su amada fuese bañada por los rayos del sol, por esa torpeza, por  esas ansias, la perdió para siempre.

El fin de este texto no es hablar de mitología griega pero llega un punto donde muchos mitos griegos son fundamentales. La causa de mi anterior sentencia es bastante simple, Mito quiere decir palabra mas no se refiere al Logos pues éste es posterior, se refiere a aquello que dice, lo que comunica algo. Es evidente que muchos mitos quisieran explicar algo. Nuestra inteligencia nos hace preguntar e intentar responder, y no es difícil comprender que los mundos mágicos fueron las primeras respuestas. Ahora lo que nos queda por definir es que es aquello que se intenta explicar con la sola presencia de Orfeo en la mitología. Es la estética, y la posición de la música en ella. La definición que estoy pronto a otorgar es pésima, pero es lo único que puedo hacer en una línea. Ahora la mejor forma de definir arte sería que en medio de tus perturbados llantos mientras lees “La Muerte Sin Fin” de José Gorostiza alguien te dijera eso es el arte, o en el desenlace del cuarto movimiento de la novena sinfonía de Ludwig Van Beethoven  alguien te dijera eso es el arte. En una pequeña línea se puede asegurar que el arte es un sincretismo entre comunicación y estética. Mas perfectamente puede el concepto estar en la estética como que la estética esté en el concepto; o también es posible que el asunto del arte (de tener algún asunto) sea sólo la búsqueda de la belleza y el recién nombrado sincretismo no sea más que un accidente de esta búsqueda. Ahora mi lector deberá conformarse con ésta pésima definición en breves divagaciones –es muy posible que las divagaciones sean la mejor forma de definir el arte, mas, de ser así, debe hacerse con mayor extensión, mayor error y mayor acierto–. A pesar de la falta de imágenes poéticas esta definición nos servirá para concluir la posición de la música en la estética misma. Aquí quizás hay un problema mitológico. Si el gran representante de la música en la mitología griega –Orfeo– es hijo de Apolo ¿por qué la música es auténticamente lo dionisiaco? Para aquello no tengo respuesta aparente. Definamos lo dionisiaco, esto es enajenación, transfiguración, arte en su punto más puro (esta última sentencia la explicaré más adelante) ¿lo es?, sí pero deben leerse muy bien las palabras, alejarlas de toda vulgaridad. La enajenación se relaciona con éxtasis, con pérdida del juicio, incluso con una simple transferencia de algo; la transfiguración es el cambio de la figura, de la forma. Esto es muy importante pues estamos en presencia de la deformación, el primer paso para la alucinación. El poeta alucina, el pintor alucina, el músico alucina; entonces ¿cuál es la diferencia? A simple vista la diferencia es sólo cosa de la materia o soporte en el cual se imprime el resultado (la obra), pero realmente es muy posible que haya algo más que haga alguna diferencia; quizás se trata de la comunión que logra la plástica, la poesía o la música con la belleza –y también con el receptor o público–. Si la relación de la poesía o de la plástica con la beldad está perturbada, también lo estará la relación del receptor con cualquiera de estos elementos. Esa perturbación es porque tanto la plástica como la poesía utilizan formas o lenguajes que gran parte del tiempo se emplean con un fin práctico, y no cualquier fin práctico sino uno específico: la comunicación conversacional en el caso de la poesía que es el arte de la palabra; y el reconocimiento en el caso de la plástica que es el arte de la forma. Lo que intento explicar es que el receptor de un poema verá su relación con la belleza –y es posible que el poeta también– interrumpida puesto que el significado denotativo de cada una de las palabras será un obstáculo, y no uno pequeño. Con la plástica sucede algo similar si se  trata de algo figurativo. Luego tenemos a la música, pura y dionisiaca. Pura debido a que el sonido escasamente –o nunca– ha tenido un uso práctico, de esta forma el receptor, el oyente, no se ve jamás interrumpido por un torpe intento de significación; y dionisiaca porque es la máxima transfiguración y enajenación posible y, además, ésta se realiza en la propia búsqueda de la belleza (aunque también es posible que sea la belleza quién busque dicha enajenación y transfiguración, el éxtasis).

Allí nos aparece nuevamente la figura del mítico Orfeo, el hombre que bajó hasta el averno y luego salió de él gracias a la música. Entonces la existencia de Orfeo no tiene otro fin que señalarnos que la música es la pura comunión con la belleza, el puente entre los hombres y los dioses; pues la música es sólo sublimación sin dar oportunidad a que algo nos perturbe la búsqueda de la beldad a través del sonido (o la búsqueda del sonido a través de la beldad). Te ínsito a que cada vez que oigas una obra maestra recuerdes a Orfeo y con ello que estás frente al arte puro, al puente solitario hacia la belleza, hacia lo sublime.

Jesuchrist Superstar : Opera Rock



                                                                                             Por José Luis Arredondo A.



El género “Musical” es uno de los mas presentes en la escena artística del siglo XX, como forma inicial proviene de la Opereta decimonónica, sobretodo la desarrollada en la ciudad de Viena, en Austria. La opereta no difiere mucho de la ópera, salvo que su música es por lo general más liviana o festiva y sus temas de corte más mundano. Los musicales toman como base algunos de los elementos antes señalados, pero van enriqueciendo su contenido al incorporar, en mayor o menor medida, todas las variables y variantes que la música desarrolló durante el pasado siglo, tanto en lo llamado Clásico o docto como en lo popular, ya que sus partituras incorporaron desde elementos musicales de la tradición popular, en algunos casos, hasta los sonidos propios del Jazz, el Tango o el Rock y el pop, sin obviar por cierto algunos “ismos” como el expresionismo y el impresionismo.

Resultan de este modo, los musicales, una especie de crisol donde se funden la mayor cantidad de sonidos y ritmos que la música ha ido forjando, rompiendo  con la eterna barrera que ponemos, muchas veces sin razón, entre lo clásico y lo popular. Vienen a convivir aquí lo Docto y lo masivo en un “ensamblaje” que, cuando está bien resuelto, es de gran valor artístico.

Con estos elementos en su bagaje, no le fue difícil abrirse paso en el gusto del público, para eso contó con centros teatrales de la importancia de Londres o Nueva York, y por cierto que el cine fue, y es aún, un gran soporte y gestor de su lenguaje, prueba de esto último, da la cantidad de producciones musicales que en su época dorada, se rodaron en los estudios MGM de hollywood, este sólo aspecto de su historia da tema para ser tratado en otra futura entrada.

No quiero detenerme en esta ocasión en revisar la lista de títulos emblemáticos de este genero, los hay por decenas, sino más bien hacer hincapié en uno que desde su estreno mundial hasta hoy, versión cinematográfica de por medio, ha sido un virtual paradigma de los musicales, me refiero a Jesuchrist Superstar de la dupla Tim Rice- Andrew Lloyd Weber.

Esta composición me resulta particularmente superior por su gran calidad textual y musical, lo que la eleva por sobre la media de este tipo de espectáculo, aun dentro de composiciones de la misma dupla antes mencionada. El libreto de Rice toma como base el evangelio según San Mateo, y trae la figura de Jesús y los hechos que rodean su muerte y  resurrección a nuestra época, incorporando en el vestuario, la escenografía y la utilería, elementos propios de los años sesenta (época en la que fue compuesta) para establecer un paralelo temporal y reflexionar sobre la forma en que hoy se llevaría a cabo el periplo de Jesucristo. El texto es de gran belleza y riqueza poética y conceptual, y sintetiza con mucha fuerza el pensamiento y la acción de cada personaje.

La partitura de Lloyd Weber debe ser una de sus mas logradas obras, exhibe una base musical de corte Clásico y Romántico (en cuanto a estilos) muy presente en las cuerdas y los vientos, e incorpora en excelente forma el sonido Rock, en la percusión principalmente y la electrónica. Anoto como merito el que nunca se estanca en terrenos del pop, a pesar que lo transita en largos pasajes, esto mantiene la música en un registro de nivel sinfónico, que el tiempo no ha disminuido en ningún aspecto. El conjunto de canciones es de indudable belleza formal, esto gracias a unas “melodías” que son a estas alturas “clásicos” del género. Giuseppe Verdi decía: “La ópera es canto, y el canto es melodía”, esto vale aquí al ciento por ciento.

La mayoría del público ha tenido oportunidad de conocer esta obra por medio de su versión cinematográfica, la película dirigida por Norman Jewison en 1973 y que se ha convertido en un imperdible cada cierto tiempo en la Televisión, creo que es una gran versión, contó con un equipo de primer nivel que supo encarnar con absoluta propiedad actoral y musical las exigencias de la pieza, la veo cada cierto tiempo desde hace ya décadas y puedo constatar cada vez como el tiempo no pasa por ella, merito este sobretodo de su música y su texto, por lo que la recomiendo sin temor a quienes no la conozcan o a quienes hace tiempo no la re-visitan, tienen aquí un ejemplo cabal de una obra de altura operística con todo lo que esto implica y una película que supo sacar lo mejor de esta pieza clave en la historia de los musicales del siglo XX.


Jesuchrist Superstar de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber. Película dirigida por Norman Jewison (estrenada en 1973) con Ted Nelly, Ivonne Elliman y Carl Anderson, en los roles principales. Disponible en DVD.



El Teatro Victoria, referente cultural del Valparaíso en el siglo XIX



Por Gladys Figueroa Marchant






El siglo XIX fue sin duda la época de oro de Valparaíso, la importancia económica que logra la ciudad en ese periodo,  se refleja en la vida cultural que va tomando una marcada relevancia. Dentro de esto, la música poseyó un sitial sobresaliente. Al decir de Mario Cánepa en su obra La ópera en Chile [1],Valparaíso fue la ciudad de nuestro país en donde se encontraba la mayor concentración de público aficionado a este tipo de representaciones. Sin duda, a ello contribuyó el paso obligado por la ciudad de  cualquier  compañía de espectáculos proveniente de Europa con destino a algún lugar de la costa del Pacífico. Las cuales, se veían forzadas a hacer escala en el puerto tras cruzar el Estrecho de Magallanes, aunque en su itinerario no figurara Chile. Es así, como algunos de los eventos musicales sólo eran representados en Valparaíso y no en otras ciudades del país. En estas  ocasiones, se aprovechaba de hacer a lo menos una función para delicia de de un público ávido de entretención, constituido en gran parte, por la elite comercial residente y la notable cantidad de extranjeros; ingleses, franceses, alemanes y otros dedicados al comercio de importación y exportación.

En la primera mitad del siglo XIX - cuando aún no se habían construidos salas de teatro adecuadas para este tipo de espectáculos-, la funciones referidas, se hacían en espacios improvisados. Muchas veces, estos, eran la casa de algún particular que ofreciera las condiciones  pertinentes. La función era debidamente publicitada. Es así, como podemos encontrar un anuncio en 1830, que invita a la representación de la ópera semi-bufa El engaño feliz o el traidor descubierto de Rossini, interpretada por Teresa Scheroni, Margarita Caravaglia, Domingo Pezzoni y Joaquín Betali, función realizada en la casa de un particular, ubicada en la calle San Juan de Dios, hoy calle Condell.

Si bien es cierto, aparecieron algunas salas de teatro en esta primera mitad del siglo XIX,  el teatro que se encuentra en la memoria de todo buen porteño es el Teatro Victoria. Este, se levantó frente a la plaza del mismo nombre hacia 1844. Lugar ocupado hoy por la plaza Simón Bolívar. Vale destacar, que este sector de la ciudad recién se comienza a urbanizar en este periodo y la construcción del teatro pasó a ser un hito urbano  de gran importancia. La primera versión del Teatro Victoria se mantuvo hasta 1878, año en el cual fue abatido por un incendio, fenómeno recurrente en la ciudad. Fue considerado uno de los mejores teatros del momento, tenía una amplia capacidad y era usado tanto para eventos artísticos como sociales y recepciones notables.






Primera versión del teatro entre 1844 a 1878. Al frente, la Plaza Victoria.




Se sostiene  que  la primera ópera que se estrenó en este recinto fue la obra de Donizetti  Lucia  di Lammermoor. El Mercurio de la época publica una crítica del evento, señalando la enorme diferencia de nivel entre los cantantes principales y los secundarios. Mientras los primeros cumplían el esperado nivel, los secundarios eran marcadamente deficientes. Esta obra se basa en la novela de Sir Walter Scott The  Bride of Lammermoor  que a su vez, desarrolla un hecho verídico sucedido en el siglo XVII. La primera representación operística recién se había realizado en 1835 en Italia. Esto demuestra que a menos de diez años de su estreno en Europa, los porteños, aun con las deficiencias mencionadas por el crítico de El Mercurio, pudieron gozar de una obra contemporánea de importancia, representante del movimiento romanticista imperante.[2]

Otras funciones notables que se ofrecieron hasta 1878, fueron: Moisés de Rossini. Ópera que el mencionado autor  realizó para el teatro de La Ópera de París en 1827. El Barbero de Sevilla, también de Rossini y Otello de Verdi.[3] Estas grandes obras, por lo general, eran representadas en el formato denominado opera en concierto, aunque, por lo que se sabe, los interpretes vestían los trajes correspondientes. Era usual en la época que los recitativos se hicieran en castellano, lo cual, para los puristas, les restaba calidad al no concordar plenamente música y texto.

Desaparecido el Teatro Victoria tras el incendio de 1878, se vuelve a construir, ahora más majestuoso e imponente. A la vez, que apropiado para recibir de la mejor manera aquellos espectáculos musicales, teatrales y similares que le darán el prestigio que la memoria urbana conserva.



[1] Canepa.M, La ópera en Chile. 1839 -1930, Editorial del Pacífico, Santiago, 1976. 305pp.
[3] http://www.youtube.com/watch?v=s1ms4ek0vbQ

















Lucia di Lammermoor, primera edición francesa.



Do I Disappoint You (Release the Stars) RufusWainwright



Por Natalia Baeza Santelices


 Rufus, nacido el 73’ en EE.UU, hijo de cantantes folk, desarrolla a temprana edad su gusto por la música. Ha participado en numerosas bandas sonoras de destacadas y populares películas, en su mayoría Estadounidenses. Incluso aparece en escenas interpretando alguna canción.

Cuando inicia su carrera musical, se declara públicamente gay, cosa que lo transforma en un ícono.  He visto en un par de oportunidades el concierto que hace en AVO session que trasmiten en el Film And Arts y admiro su creatividad, su carácter y su habilidad para andar en tacos aguja. Es un tipo que interactúa constantemente con su público y con sus músicos. Por cierto, tiene músicos que tocan bronce, guitarra, cantan a voces; a ese nivel. En vivo es todo un personaje, se disfraza, se pinta, usa trajes con lentejuelas, baila y un montón de otros recursos. Sin embargo cuando escuché por primera vez “Hallelujah” me pareció desabrido, sin virtud alguna, sin gracia. No tiene una voz grandiosa y parece que cantara apretando los dientes, pensé.

Recuerdo que la primera vez que escuché a Rufus, fue en uno de los capítulos de “Later… with Jools Holland” que daban en Casual Friday también en Film And Arts. Me conmovió una de sus canciones. No es una música con la que me haya criado, pero me gustó la canción. Estaba bien hecha y punto. Encontrarme con él, fue una casualidad.

Descubriendo a Rufus, me encontré con este tema; “Do I Disapponit You”. Es un tema caóticamente hermoso. Me parece que empieza con un pedal de dedidgeridoo o algo parecido, el timbal que todo el tema marca el pulso en contratiempo y otro accesorio de percusión que no alcanzo a distinguir. Entra la voz, una sola en dos octavas, escalitas de flautas y suena algo como un graznido que la primera vez me pareció gracioso, pero ahora siento que le da un toque rústico a la canción. Piano, violines, oboe, flautas, clarinetes aparecen; un coro de sutiles voces, al principio. Y a medida que se van sumando los instrumentos y las voces, más caótico se pone el tema. Aparecen los bronces; un maravilloso y pastoso corno, y las brillantes trompetas. Rufus no tiene una voz virtuosa, pero incluso el timbre que tiene al cantar con los dientes apretados, le da una característica peculiar a la música. Me parece que no hay cambios de tempo, ni de velocidad, por tanto la dinámica en las intensidades hacen que la armonía se realce. Las armonías disonantes me parece que suenan más fuerte, sobretodo al final. Me produce un placer inexplicable caminar a mi casa escuchando esta canción al borde del umbral del dolor. Sé que es malo, pero mientras más fuerte, más distingo cada timbre, más identifico cada adorno, cada detalle, cada instrumento haciendo una sensible disonante, y parece que el camino se hace más breve y ligero, los ruidos de la ciudad son insignificantes comparados con la naturaleza caótica del ensamble de cornos, trompetas, piano, violines, voces, timbal, Rufus…

Las canciones tienen el maravilloso poder de gatillarnos y cambiar incluso nuestro estado anímico. Lo maravilloso de esta canción es que pareciera que se amolda a nosotros. Tiene un carácter ansioso y parece que la esperanza la embargara, el desorden y el caos la hacen a ratos violenta, a ratos desgarradora.

“Do I Disappoint You” me gusta porque tiene lo que quiero; es rica en armonías, tiene una ejecución impecable, no se parece a nada que haya escuchado y está llena de recursos que la determinan como lograda. Además la música representa la letra de la canción. Creo que se logra el caos sin saturación, sin ruido. Ésta, es una buena pieza de Rufus. He dicho.