miércoles, 15 de junio de 2011

Paul McCartney: Vive el músico, deja morir el mito

Por Angélica Astudillo Andrades


Recuerdo esa mañana del 12 de mayo, la mayoría de los amantes del  rock habíamos corrido apenas despertamos a nuestros computadores, tablets o smartphones para acceder a nuestras páginas de redes sociales y manifestar nuestras opiniones sobre lo sucedido la noche anterior: Sir James Paul McCartney vino por segunda vez y nos había deleitado con un show de otro planeta.

Si bien los comentarios de aquellos que asistieron esa noche en la que un Estadio Nacional coreó por completo “Hey Jude”  estaban llenos de calificativos positivos que alababan como un hombre de 68 años aún era capaz de tocar ininterrumpidamente por casi 2 horas y 30 minutos, y con una solidez extraordinaria que hacía parecer sencillo el proceso cognitivo musical de ejecución instrumental, lo que más llamó mi atención fue como varios de ellos agradecían a William Campbell, la otra cara de la moneda del famoso “mito” con una propiedad de conocimiento tan fehaciente como si se tratara de su propia historia. Aceptémoslo, ¿quién no escucho alguna vez de que este prodigio músico inglés - por el que cabe destacar que varios compatriotas desembolsaron más de un millón de pesos chilenos para tenerlo en frente a sus ojos – falleció en un accidente automovilístico el 9 de noviembre de 1966 y que fue suplantado por un policía canadiense para evitar una ola masiva de suicidio de fanáticos de The Beatles?

Interrogantes, análisis con supuestas pruebas dejadas por la misma banda en sus letras y portadas de sus discos inundan la red junto con un sinfín de documentales maquillados concebidos de la imaginación de los Beatlemaníacos - como la supuesta grabación de George Harrison que comenzó a dar la vuelta al mundo a comienzo de este año - sirvieron para encender la chispa y al mismo tiempo eclipsar lo esencial de la venida del líder de Wings: una genialidad y un talento imposible de repetir ni siquiera experimentando con la genética aplicada ni la cirugía plástica.

¿Cómo podríamos explicar que dos cerebros de dos desconocidos puedan tener la misma capacidad creativa para hacer canciones que quedaran grabadas a fuego en nuestros inconscientes colectivos? Si bien la carrera del Sir anterior a 1966 se caracterizó por canciones que tenían por objetivo seducir a una fanaticada joven y necesitada de expresar sus pensamiento y sentimientos liberales con algo más de irreverencia a la que estaba sentenciada la sociedad de aquellos años, no poseían – según el mismo George Martin – una complejidad algorítimica mayor en sus composiciones. Sólo podemos ver una sofisticación musical llegando a 1965 en “Help!” donde McCartney dio a luz a “Yesterday”, su primera balada distinta a lo escuchado anteriormente que nos demostraba su verdadero potencial. Más adelante nos encontramos con discos magistrales donde el proceso de madurez de composición es perceptible en “Rubber Soul” y “Revolver” – discos previos a la fecha de la conspiración - hasta llegar al más sublime: “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” donde el sello de Paul se encontraba más impreso que nunca debido a la autoría y ocurrencia del concepto de aquel disco que revolucionó la historia de la música. ¿Es posible que Lennon, Harrison y Starr hubiesen sido tan afortunados para encontrar dos agujas en dos pajares totalmente distintos? O ¿se trata sólo de restarle mérito al Hitman de nuestro tiempo?

Me interesa hacer notar lo absurdo de todo esto y enfocar los análisis acerca de este genio en su verdadera importancia para la música y no en leyendas urbanas. Ese es el punto, él es una leyenda pero no una urbana sino una musical; por eso en mi próxima columna les contaré algo más sobre este asunto.

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